Cabe resaltar que las pequeñas partes aquí escritas son una de las tantas partes relevantes del libro y es con el fin de que se interesen por la lectura del mismo. :)
Versiculo 23
—Los médicos no pudieron
determinar la causa de la muerte —
terminó de explicar Mario—. Le falló
el corazón. Dijeron algo de una nueva
enfermedad o un virus desconocido.
Diego bufó, le dio una patada a la
mesa. Una muñeca casi tan grande como
él cayó al suelo. El niño también la
pateó y le arrancó la cabeza.
—¡Tranquilízate! —Sara le sujetó
por los hombros—. ¿Por qué te has
alterado tanto?
El niño maldijo, meneó la cabeza,
se revolvió en los brazos de la
rastreadora.
—Era la mejor pista que teníamos
—explicó con tono desesperado—. Si
el hermano era solo un bebé, no se
explica la fuerza y resistencia de Silvia.
Volvemos al punto de partida. ¡Y sin
saber qué mierdas está pasando en esta
familia asquerosa! —Diego se liberó
del abrazo de Sara y se plantó frente a
Mario, que retrocedió hasta la cama de
su hija. Era la primera vez que la
rastreadora veía al niño enfurecido—.
A menos que nos estés mintiendo...
—Te he dicho la verdad, lo juro.
A Sara le pareció sincero y a punto
de sucumbir al pánico, aunque no
reflejaba el dolor que se esperaría ver
en un padre que ha perdido un bebé de
seis meses.
—La verdad, la verdad... ¿Qué
sabrás tú de la verdad? —Diego cada
vez mostraba más desprecio—. A ti te
vendría bien una maldición como la
mía. Así ibas a aprender lo que es decir
la verdad.
—Niño, esto no lleva a ninguna
parte —dijo Sara.
—Pues claro que no, eso intento
decirte. El delincuente nos la ha jugado
bien. No me digas que te fías de este
tío. No para de mentir y embaucar.
Oculta algo, estoy convencido.
Necesitamos un nigromante.
—¿Un qué? —preguntó Sara.
—Un nigromante —contestó el niño
con decisión—. ¿Por qué no lo he
pensado antes? Verás, los nigromantes
están muy mal vistos, sobre todo porque
emplean runas prohibidas. Ya sabes, los
ángeles siempre metiendo sus
asquerosas alas en todas partes. Pero
son los mejores forenses del mundo.
Pueden averiguar un montón estudiando
un cadáver. Si conseguimos que uno
examine a ese bebé muerto,
averiguaríamos algo interesante.
—¿Conocéis a alguno?
—Yo no. Suelen ocultarse. No
revelan su condición de nigromantes
porque se les echarían encima.
—¿Por qué? Esa habilidad forense
me parece muy útil.
—Y lo es. Pero no es lo único que
hacen. Se rumorea que persiguen el
secreto de la resurrección y otras
guarradas de ese tipo. Los magos les
odian, aseguran que cuando alguien
muere de manera inexplicable es porque
los nigromantes están haciendo
experimentos. El caso es que sus
habilidades son útiles, pero casi nadie
quiere que anden cerca por si te enredan
en sus chanchullos. La gente teme lo que
no entiende y más si está relacionado
con la muerte.
—Entonces no podremos averiguar
nada, me temo.
—Ya veremos. No toda la
nigromancia está prohibida. Hay
niveles...
Tres golpes secos cortaron las
palabras del niño. Alguien llamaba a la
puerta. Diego pisoteó los peluches,
cruzó la habitación y pegó la oreja a la
puerta. Mandó callar con un gesto de la
mano.
—Somos nosotros, niño.
—Es el Gris —explicó a Sara y a
Mario—. ¡Ja! Ahora veras, delincuente,
cuando le cuentes que el hermano de la
niña era un bebé. Te vas a enterar.
—Date prisa, niño —susurró
Miriam desde el otro lado.
—Ya voy, macho, relajaos un
poquito los dos. —Diego empezó a
disolver la runa que mantenía la puerta
sellada—. Hemos trincado a Mario. Le
tenemos aquí mismo. Y la niña casi se
nos come, la muy cerda. Se ha cepillado
al abogado, le ha cortado la cabeza...
—Corta el rollo, niño —le
interrumpió el Gris—. Déjanos entrar.
—¿No estará la niña ahí fuera? Que
tú y la rubia repartís bastante, pero a
nosotros nos cruje esa bicha.
—¡Abre de una vez! —gritó el Gris
—. Te digo que no hay peligro. Ya he
matado al demonio.
—¡Cojonudo! —dijo dando un
pequeño salto—.Ya está.
Y abrió la puerta.
La sonrisa de su rostro se
desvaneció en el acto. Al otro lado
estaba Silvia saludando con la mano.
Ella sí sonreía.
—Gracias por abrirme, niño —dijo
el demonio con la voz del Gris—. Oh,
veo que has encontrado a papá —
añadió con la voz de Miriam.
Sara llegó a tiempo de empujar la
puerta y tirar de Diego hacia atrás.
—La runa —chilló el niño—.
Repásala o...
No le dio tiempo a decir más. Las
pequeñas manos de Silvia atravesaron
la puerta, arrojando astillas y
fragmentos de madera en todas
direcciones. Las afiladas uñas se
movieron enloquecidas, hincándose en
el cuerpo de Diego.
El niño soltó un alarido y se
retorció de dolor. Se llevó las manos a
la pierna derecha, a la altura del
gemelo. Enseguida se le quedaron
empapadas de sangre. El zarpazo había
cortado el pantalón y la carne.
La puerta reventó en pedazos. Sara
cayó pesadamente en el suelo, cubierta
de virutas de madera. Silvia entró a
medias en la habitación, agarró la
pierna del niño, apretó y le arrastró
hacia afuera. Sara contempló impotente
cómo Diego luchaba desesperadamente
por aferrarse a algo, al suelo, a las
paredes, mientras la niña tiraba de su
pierna, dejando un rastro rojo en el
suelo...
La novela está muy bien escrita, es entretenida y fácil de leer, consigue meterte en la historia desde el principio, manteniendo un ritmo ágil durante todo el desarrollo, combinando narración con unos diálogos muy bien estructurados. Tiene bastante intriga que hace que necesites avanzar en la historia y giros inesperados que sorprenden al lector y sirven para mantener su interés.
Así que en general es una lectura muy entretenida con unos personajes muy bien construidos que le dan originalidad al relato.La recomiendo especialmente si les gustan este tipo de genero el autor Fernando trujillo no se puede negar su versatilidad para crear estas obras, es sencillamente una maravilla de lo mejor que he leido.
Cabe resaltar que las pequeñas partes aquí escritas son una de las tantas partes relevantes del libro y es con el fin de que se interesen por la lectura del mismo. :)
Versiculo 23
—Los médicos no pudieron
determinar la causa de la muerte —
terminó de explicar Mario—. Le falló
el corazón. Dijeron algo de una nueva
enfermedad o un virus desconocido.
Diego bufó, le dio una patada a la
mesa. Una muñeca casi tan grande como
él cayó al suelo. El niño también la
pateó y le arrancó la cabeza.
—¡Tranquilízate! —Sara le sujetó
por los hombros—. ¿Por qué te has
alterado tanto?
El niño maldijo, meneó la cabeza,
se revolvió en los brazos de la
rastreadora.
—Era la mejor pista que teníamos
—explicó con tono desesperado—. Si
el hermano era solo un bebé, no se
explica la fuerza y resistencia de Silvia.
Volvemos al punto de partida. ¡Y sin
saber qué mierdas está pasando en esta
familia asquerosa! —Diego se liberó
del abrazo de Sara y se plantó frente a
Mario, que retrocedió hasta la cama de
su hija. Era la primera vez que la
rastreadora veía al niño enfurecido—.
A menos que nos estés mintiendo...
—Te he dicho la verdad, lo juro.
A Sara le pareció sincero y a punto
de sucumbir al pánico, aunque no
reflejaba el dolor que se esperaría ver
en un padre que ha perdido un bebé de
seis meses.
—La verdad, la verdad... ¿Qué
sabrás tú de la verdad? —Diego cada
vez mostraba más desprecio—. A ti te
vendría bien una maldición como la
mía. Así ibas a aprender lo que es decir
la verdad.
—Niño, esto no lleva a ninguna
parte —dijo Sara.
—Pues claro que no, eso intento
decirte. El delincuente nos la ha jugado
bien. No me digas que te fías de este
tío. No para de mentir y embaucar.
Oculta algo, estoy convencido.
Necesitamos un nigromante.
—¿Un qué? —preguntó Sara.
—Un nigromante —contestó el niño
con decisión—. ¿Por qué no lo he
pensado antes? Verás, los nigromantes
están muy mal vistos, sobre todo porque
emplean runas prohibidas. Ya sabes, los
ángeles siempre metiendo sus
asquerosas alas en todas partes. Pero
son los mejores forenses del mundo.
Pueden averiguar un montón estudiando
un cadáver. Si conseguimos que uno
examine a ese bebé muerto,
averiguaríamos algo interesante.
—¿Conocéis a alguno?
—Yo no. Suelen ocultarse. No
revelan su condición de nigromantes
porque se les echarían encima.
—¿Por qué? Esa habilidad forense
me parece muy útil.
—Y lo es. Pero no es lo único que
hacen. Se rumorea que persiguen el
secreto de la resurrección y otras
guarradas de ese tipo. Los magos les
odian, aseguran que cuando alguien
muere de manera inexplicable es porque
los nigromantes están haciendo
experimentos. El caso es que sus
habilidades son útiles, pero casi nadie
quiere que anden cerca por si te enredan
en sus chanchullos. La gente teme lo que
no entiende y más si está relacionado
con la muerte.
—Entonces no podremos averiguar
nada, me temo.
—Ya veremos. No toda la
nigromancia está prohibida. Hay
niveles...
Tres golpes secos cortaron las
palabras del niño. Alguien llamaba a la
puerta. Diego pisoteó los peluches,
cruzó la habitación y pegó la oreja a la
puerta. Mandó callar con un gesto de la
mano.
—Somos nosotros, niño.
—Es el Gris —explicó a Sara y a
Mario—. ¡Ja! Ahora veras, delincuente,
cuando le cuentes que el hermano de la
niña era un bebé. Te vas a enterar.
—Date prisa, niño —susurró
Miriam desde el otro lado.
—Ya voy, macho, relajaos un
poquito los dos. —Diego empezó a
disolver la runa que mantenía la puerta
sellada—. Hemos trincado a Mario. Le
tenemos aquí mismo. Y la niña casi se
nos come, la muy cerda. Se ha cepillado
al abogado, le ha cortado la cabeza...
—Corta el rollo, niño —le
interrumpió el Gris—. Déjanos entrar.
—¿No estará la niña ahí fuera? Que
tú y la rubia repartís bastante, pero a
nosotros nos cruje esa bicha.
—¡Abre de una vez! —gritó el Gris
—. Te digo que no hay peligro. Ya he
matado al demonio.
—¡Cojonudo! —dijo dando un
pequeño salto—.Ya está.
Y abrió la puerta.
La sonrisa de su rostro se
desvaneció en el acto. Al otro lado
estaba Silvia saludando con la mano.
Ella sí sonreía.
—Gracias por abrirme, niño —dijo
el demonio con la voz del Gris—. Oh,
veo que has encontrado a papá —
añadió con la voz de Miriam.
Sara llegó a tiempo de empujar la
puerta y tirar de Diego hacia atrás.
—La runa —chilló el niño—.
Repásala o...
No le dio tiempo a decir más. Las
pequeñas manos de Silvia atravesaron
la puerta, arrojando astillas y
fragmentos de madera en todas
direcciones. Las afiladas uñas se
movieron enloquecidas, hincándose en
el cuerpo de Diego.
El niño soltó un alarido y se
retorció de dolor. Se llevó las manos a
la pierna derecha, a la altura del
gemelo. Enseguida se le quedaron
empapadas de sangre. El zarpazo había
cortado el pantalón y la carne.
La puerta reventó en pedazos. Sara
cayó pesadamente en el suelo, cubierta
de virutas de madera. Silvia entró a
medias en la habitación, agarró la
pierna del niño, apretó y le arrastró
hacia afuera. Sara contempló impotente
cómo Diego luchaba desesperadamente
por aferrarse a algo, al suelo, a las
paredes, mientras la niña tiraba de su
pierna, dejando un rastro rojo en el
suelo...
-Mas Tomos de la saga-
-La biblia de los caídos Tomo 1: El testamento de sombra-
versículo 5
Entonces su espalda tropezó con algo.
Se giró con dificultad y se topó con una
sonrisa siniestra, de esas que no vaticinan nada
bueno, que acompañan a unos ojos demasiado
abiertos y demasiado tétricos. Nadie debería
sonreír sin cerrar un poco los ojos.
Era un chico muy alto. La agarró por los
hombros. Eva se removió instintivamente y
chilló. El chico le propinó tal bofetada que la
cabeza se ladeó bruscamente hacia un lado, la
mejilla se le encendió por el golpe. El
asaltante le cubrió la boca con la mano y
comenzó a arrastrarla hacia un pasillo más
pequeño y apartado. Los dos chicos que la
seguían no tardaron en unirse a su compinche.
Eva pataleaba y daba codazos, luchaba en
vano por liberarse.
—Es mejor que te relajes y mantengas la
boca cerrada, niña —le dijo uno inclinándose
sobre ella.
Eva dejó de moverse, estaba rodeada. El
que la sujetaba por la espalda retiró la mano de
su boca, lentamente, preparado para volver a
taparla si intentaba gritar.
—Bien. Ahora quítate esa cazadora y saca
la pasta. ¡Deprisa!
—P-Pero... yo...
La dieron otra bofetada. El que la sujetaba
por los hombros la sacudió.
—Esta niña es tonta. Tendré que hacerlo
yo.
Eva se sintió completamente impotente e
indefensa. La sentaron en el suelo y empezaron
a quitarle la cazadora. Quería darles lo que
querían y que se marcharan, pero no controlaba
su propio cuerpo, estaba demasiado asustada.
Notaba tirones en los brazos y empujones por
todos lados.
—Lo tengo, vámonos.
—Un momento... Oye, no está mal la cría.
Eva estaba tirada en el suelo con la cara
dolorida por los golpes. Solo veía tres pares de
pies frente a ella. Ya tenían lo que querían,
¿por qué no se largaban? Entonces sintió algo
que multiplicó su miedo hasta el infinito.
—No tenemos tiempo para eso —gruñó
uno de sus asaltantes.
Eva saltó involuntariamente. Una mano le
estaba apretando el trasero, con fuerza,
recorriendo sus nalgas de un modo obsceno y
asqueroso.
—Se resiste —rio otro.
Cayeron sobre ella. Oyó cómo rasgaban su
camisa. Notó manos palpando todo su cuerpo.
Era vagamente consciente de estar
resistiéndose, de revolverse como podía, pero
no era suficiente. El pánico aceleró su
corazón.
Le estrujaban los pechos con violencia, le
hacían daño. También las piernas. Oía risas y
jadeos, la llamaron puta en varias ocasiones.
Las manos empezaron a buscar su cinturón, a
acercarse demasiado a su zona íntima. Eva
deseó desmayarse, no estar consciente ante lo
que se avecinaba.
De pronto escuchó un fuerte golpe, juraría
que en la pared de enfrente. Había menos
manos sobre ella. Después, un gemido. Alguien
gritó. Ya estaba libre, nadie la sujetaba. Eva
abrió los ojos.
Un hombre retorció el brazo de uno de los
chicos, le obligó a doblarse, a aplastar la cara
contra el suelo. Otro de los agresores estaba
tumbado en el suelo, inconsciente. El tercero
se abalanzó sobre su salvador, por la espalda.
—¡Cuidado! —le advirtió Eva.
El hombre no soltó al que mantenía contra
el suelo. Movió el brazo libre hacia atrás y
golpeó al tercer chico, que cayó desplomado.
Entonces el hombre se volvió y Eva pudo verle.
Le conocía.
—¡Sombra!
Su tío la miró y sonrió.
—No te muevas —susurró al agonizante
chico—. Si se te ocurre levantarte, juro que lo
lamentarás. —Corrió junto a su sobrina, la
abrazó y palpó sus extremidades—. ¿Estás
bien? Dime. ¿Te han hecho algo?
—No —dijo ella conteniendo las lágrimas
a duras penas—. Pero iban a... Me quitaban la
ropa... Me tocaban...
—Ya está bien, ya pasó. —Sombra la
apretó contra su pecho—. Tranquila.
—Todo ha quedado en un susto gracias a ti,
tío.
—Esa es mi chica. Solo alguien fuerte se
repone tan pronto de una experiencia como
esta. Lo que me recuerda... Ven.
Sombra agarró al tercer chico, al único que
quedaba consciente, por los pelos de la cabeza.
Tiró y le obligó a mirar a Eva.
Ella le devolvió la mirada. Aún tenía un
poco de miedo, pero estaba empezando a sentir
rabia por las terribles imágenes que se
formaban en su mente, en las que tres chicos
abusaban de ella brutalmente, ignorando sus
súplicas, riendo y llamándola...
—Este cerdo me llamó puta —dijo con la
voz quebrada.
Aún le costaba sostener su mirada.
—Vaya, vaya —dijo Sombra—. Tengo
entendido que le has robado, tú y tus amiguitos,
tres contra una chica. Qué valientes.
—Yo solo quería el dinero —dijo el chico
—. Yo no iba a hacerle nada, lo juro.
—¡Mentira! Me sujetabas como los demás.
No le creas, tío. Como poco colaboraba con
sus amigos.
—Era un juego —se defendió el chico—.
Solo necesitaba dinero.
—Ah, bueno —dijo Sombra. Apretó la
mano, tiró más fuerte del pelo. El chico chilló
—. Si solo era por dinero, estás disculpado. De
hecho..., mira, me has convencido. —Sombra
sacó un billete de cien euros—. Esto es para ti.
¿Es suficiente? ¿No? ¿Qué tal otro? ¿Y otro
más? —El chico asintió. Una lágrima resbaló
desde su ojo izquierdo—. Bien. Trescientos. Si
solo era por dinero, ya está arreglado. —
Sombra le metió los tres billetes en la boca,
bien dentro—. Si escupes alguno te meteré
otra cosa en la boca, algo de tamaño suficiente
como para dislocar tu mandíbula. Ahora, vas a
coger la cazadora de mi sobrina y se la vas a
dar con delicadeza.
El ladrón se levantó, recogió la cazadora
del suelo y se la tendió a Eva. Los billetes
asomaban entre sus labios, llenos de babas.
Sombra le sujetaba por el cuello en todo
momento. Eva cogió la cazadora.
—El siguiente paso —dijo Sombra— es
una disculpa. Creo que has llamado puta a mi
sobrina... No oigo la disculpa. —El maleante
se llevó la mano a la boca. Sombra le apretó el
cuello—. Ah, ah, ¿qué te he dicho de sacarte
los billetes...? Veo que lo has entendido. Sigo
esperando la disculpa.
El chico masticó los billetes con la boca
abierta. Se atragantó y tosió, le costó bastante
tragárselos.
—Lo siento mucho —dijo con voz
temblorosa. Eva le fulminó con la mirada—.
No quería hacerte daño...
—¡Embustero! ¡Me estabais forzando! ¡Os
oía reíros mientras me...
—Lo has intentado —dijo Sombra
interrumpiéndola. A Eva le costaba contener el
llanto—. Pero como ves, tus disculpas no son
aceptadas. Vamos a la última parte. Separa las
piernas. ¡Que las separes, vamos! No te
conviene enfadarme. Así está bien. —Sombra
miró a su sobrina—. Tu turno, cariño. Dale
bien fuerte, justo en... ¡Eso es! —El chico se
encogió por la patada, pero Sombra le mantuvo
erguido—. No está mal. Pero presta atención,
cariño. ¿Ves su respiración? No se asfixia. Eso
significa que no le has dado donde apuntabas,
que está fingiendo. Habrá contraído la pierna
en el último momento. No importa, prueba otra
vez. Y, tú, separa más las piernas. ¡Más!
Perfecto.
Esta vez Eva acertó de lleno. El ladrón se
dobló, se llevó las rodillas al pecho, abrió la
boca al máximo y se puso rojo. En un
momento dado tomó aire, parecía que se
recuperaba, pero volvió a sufrir problemas para
conseguir oxígeno en los pulmones.
Eva le vio agonizar y se sintió un poco
mejor, pero no demasiado. A él se le pasaría el
dolor en unos minutos, mientras que el daño
que pensaban causarle a ella le podría haber
dejado secuelas de por vida.
Esperaron un poco.
—Bien, ya estás recuperado —dijo Sombra
zarandeándole un poco—. Te falta una patada.
Una por cada miembro de la pandilla. Como
eres el único consciente, te llevas las tres tú
solito. Y tienes suerte de que cuente la
primera, la que falló.
Eva contempló un segundo el triste despojo
humano que su tío sujetaba por la nuca, su
aspecto era lamentable. Por alguna razón que
no entendía, no quiso golpearle de nuevo.
—No quiero hacerlo, tío.
—Gracias... —murmuró el chico.
—Por supuesto que no, cariño. Y no lo
harás —dijo Sombra en tono dulce—. Eso es
porque eres una gran persona. Contaba con
ello. Pero, ¿sabes una cosa? A esta escoria no
le importaba lo buena persona que eres y es
probable que dentro de unos días o unos meses
tampoco lo importe lo buena persona que sea
otra chica que camine sola por el metro. Por
eso voy a asegurarme de que no se olvide de
este encuentro. La tercera patada se la daré yo.
Tú no quieres ver esto, cariño. Vete ahí, a la
vuelta de la esquina, yo voy enseguida...
Posteriormente:
La biblia de los caidos Tomo1: El testamento del gris
La biblia de los caidos Tomo 1: El testamento de Mad
Si han sido de tu interes de verdad no te puedes negar a su lectura, la recomiendo muchisimo.
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